LUJURIA El término hebreo zimma
se emplea algunas veces, especialmente en el libro de Ezequiel, para señalar a
una maldad que incluye la idea de artificio voluntario, un plan de refocilarse
en el pecado. Por el contexto, se entiende que la referencia es a pecado sexual
(“Y se enamoró de sus rufianes, cuya lujuria es como el ardor carnal de los asnos, y cuyo flujo como flujo de caballos”
[Ez. 23:20]; “… y se descubrirá la
inmundicia de tus fornicaciones, y tu lujuria y tu prostitución” [Ez. 23:29]).
En Ro. 13:13 se lee: “Andemos como de
día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujuria
y lascivias, no en contiendas y envidia”.
Mientras la concupiscencia es el deseo exagerado y pecaminoso, la lujuria
es la práctica en los hechos de esos deseos en el ámbito de lo sexual.
CONCUPISCENCIA El término griego epithumia se traduce como “deseos” (Ro. 13:14; Efe. 2:3), pero
siempre con la idea de exageración en ese sentimiento o inclinación. Cuando el
Señor Jesús dice: “¡Cuánto he deseado
comer esta pascua con vosotros antes que padezca!” está usando esa misma
palabra (epithumia =cuánto he deseado
[Lc. 22:15]). Pero mayormente la palabra es utilizada para señalar la
inclinación al mal de nuestra naturaleza caída, que produce apetencias, codicia
ilegítima, deseos exagerados, recurrentes, desordenados, vehementes y siempre
pecaminosos. Así, los hombres viven “en
la concupiscencia de sus
corazones” (Ro. 1:24), pero los creyentes no deben obedecer las concupiscencia
del pecado en sus cuerpos mortales (Ro.
6:14; 1 P. 4:2–3).
DESEO “Desear” es más que contemplar o anhelar algo. Epithumía denota una resolución firme y,
literalmente, la reunión de energía física para hacer realidad la visión que se
tiene en mente. Durante los últimos tiempos del NT, la palabra se usó
exclusivamente como sinónimo de maldad (Stg. 1:14–15; 2 Ti. 2:22; Tit. 2:12).
Los rabinos
del primer siglo enseñaban la condenación tanto del mal deseo como de la mala
acción. Ellos decían: “Los ojos y el corazón son dos agentes del pecado”. Pero
su enseñanza no fue tan fuerte como la de Jesús en Mateo 5:28, donde menciona
que la “codicia” es equivalente al “adulterio” cometido en el corazón.
A pesar del aumento de los dolores de la mujer
cuando tuviese a sus hijos, y del dolor con que daría a luz, parte de su
maldición fue: “Tu deseo te llevará a tu marido” (Gn. 3:16, VP). Este
persistente deseo de ser los dos “una sola carne” sobrevivió aun a la caída.
Por tanto, la pregunta básica es si el deseo lleva a la relación íntima o a la
explotación (1 Jn. 2:16); y la respuesta depende de quién gobierna el corazón,
si es el yo (lascivia) o Dios (afirmación).
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202–203). Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones.
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